Me gustaría compartir con vosotros el siguiente texto que he recibido hoy de Ricardo Canosa reflexionando sobre la Navidad, la sociedad actual y los efectos de la crisis:
Navidad, tiene su origen etimológico en Natividad, esto es, en la celebración del nacimiento de Jesucristo. Tradicionalmente se correspondía, como dice el villancico, con una época de paz y amor para los hombres de buena voluntad. En el último medio siglo se ha convertido en una fiesta del consumo, masiva, irracional, y anunciada masivamente en televisión, que no se diferencia gran cosa de cualquier otra temporada de rebajas. El hecho de convertir una celebración del amor y la fraternidad, en una orgía de consumo ha sido criticado por muchos y no seré yo, quien les lleve la contraria. Pero vivimos tiempos tristes y hoy ya ni siquiera nos queda el consuelo del consumo. En este caso, más que parafrasear a Marx, habría que invertirlo: La historia se repite dos veces, la primera como comedia y la segunda como tragedia. Lo que debía ser una fiesta de la fraternidad, se convirtió en la gran juerga del consumo, e ahí la comedia. En la actualidad, la gran fiesta del consumo se ha desinflado como un globo. Vivimos en un país con 6 millones de parados y cerca de un tercio de la población por debajo del umbral de la pobreza. La gente no consume, sencillamente porque no puede (ahí está la tragedia). Los mendigos y los comercios cerrados se han convertido en un elemento tan natural del paisaje urbano como las baldosas de las aceras. Son las consecuencias de una política económica que tiene por únicos objetivos salvar al sistema financiero y reducir un déficit público que ha sido ocasionado, precisamente por salvar al sistema financiero. Un sistema financiero, cuyos rostros, en demasiadas ocasiones son los de las mismas personas que tienen que tomar las decisiones que salvaguarden los intereses de la ciudadanía (Dragui, De Guindos, Monti, Sutherland, Borges, etc ) La lista del mundo de la puerta giratoria (ese mundo en el que hay gente que pasa a defender los intereses públicos o privados, según les convenga y sin que se planteen el menor conflicto de intereses) es tan grande, que habría que dedicarles una enciclopedia.
Pero hay tres armas que todavía nos quedan a los ciudadanos. La primera es la esperanza, que como dice el refrán, es lo último que se pierde. La segunda es la solidaridad, incluso a costa de desobedecer las leyes (es el caso de ayudar a los inmigrantes ilegales en Italia, donde es un delito) La tercera y más importante es el humor. Porque si hay algo que no soportan los poderosos, como en el cuento del rey desnudo, es que nos burlemos de ellos.